Alberto Piccinini es sinónimo de lucha, de Villa Constitución, del Villazo, de honestidad. Picci Corazón, como lo definieron los compañeros durante las huelgas en la década del setenta. Alberto fue un líder natural surgido desde las bases, un dirigente que se formó a sí mismo en el ruedo del conflicto. La solidaridad de esos momentos le estampó valores férreos que nunca abandonó ni traicionó. Lucho por la normalización de la seccional, por la democratización del sindicalismo, por dotar de honestidad a las gestiones de los dirigentes, por no traicionar ninguna reivindicación de los compañeros, por la horizontalidad en la toma de decisiones, para que la asamblea sea el órgano de decisión de los temas importantes que afectaban a los trabajadores.
Tuvo maestros en los cuáles inspirarse, entre ellos, el Gringo Tosco, quien en el plenario antiburocrático del 20 de abril de 1974 comenzó a señalarle la senda de la lucha indeclinable contra la burocracia sindical, siempre cerca de las bases y de lo que éstas pueden sustentar, pero también siempre aspirando a ampliar el horizonte de la lucha sindical y económica y asignarle también una vertiente política para transformar la sociedad, para transformar el sistema.
Alberto fue un símbolo de la lucha antiburocrática, un dirigente que nunca tuvo guardaespaldas, que siempre vivió en la ciudad, que caminaba solo por la calle y que vivió con dignidad. Alberto luchó siempre para alcanzar las reivindicaciones de los metalúrgicos en la década del setenta: un servicio de salud acorde a la importancia de la seccional local, un camping, casas para los trabajadores, por la salubridad y seguridad en las condiciones de trabajo, por salarios dignos. Hoy esa utopía es una realidad, no hubo concesiones, los logros fueron el resultado de la lucha, una lucha que tiñó de sangre y de dolor a la ciudad, con secuelas que todavía atormentan a los familiares. Pero en Villa Constitución nunca pudo arraigar los intentos de justificación o de legitimación de la represión, nunca pudo arraigar el por algo habrá sido. Nunca pudo hacerlo porque Picci fue un antídoto que inmunizó la lucha invencible de Villa Constitución. Y allí estaba Picci para demostrar que no habían sido derrotados a pesar del terror, parando los colectivos en el ingreso a Acindar en el contexto de la huelga declarada a nivel nacional, el 6 de diciembre de 1982, él solo con unos pocos compañeros paralizaron la fábrica porque quedaba el recuerdo de una lucha justa, valiente, que le dio identidad a una ciudad.
El Picci representa todo eso, lucha, dolor, conquistas, confianza. Alberto dejó una fuerte impronta en el sindicalismo local, nos dejó un piso de dignidad, un modelo a seguir, una fragua de dirigentes íntegros. Como decía recientemente el día de su cumpleaños: Por Picci, por otros Picci y con el deseo que en adelante otros sindicalistas se le parezcan.
¡Hasta la victoria siempre!
Ernesto Rodríguez – Docente, Historiador